Dávila Vázquez: textos de la Pasión


Presentación de un poeta ecuatoriano 

 
Dávila Vázquez: textos de la Pasión
 
 “Todos los seres humanos tenemos en algún momento necesidad de orar, y lo hacemos de distinto modo. Yo lo he hecho en este libro”. 
17 DE MARZO DE 2013
 
CONVICCIÓN DE CRISTIANO
Completamos el acercamiento a la poesía que Jorge Dávila Vázquez ha dedicado al Cristo de los evangelios. Y si en algún poema de otra serie el escritor de la ecuatoriana ciudad de Cuenca señala: “El silencio:/ no ausencia de/ la palabra,/ anunciación/ del Verbo”, posteriormente, en el citado poemario  “La palabra, el silencio”  (2004), íntegramente dedicado a la temática bíblica, deja expresa constancia que los poemas acopiados en él, constituyen “un público acto de fe, y también un conjunto de mínimas plegarias y meditaciones. Todos los seres humanos tenemos en algún momento necesidad de orar, y lo hacemos de distinto modo. Yo lo he hecho en este libro”.

Agrega que su madre, ya fallecida cuando escribió el libro, fue quien desde el primer momento le hizo conocer los misterios del Señor. Pero no siente congoja por su ausencia, como resalta en la declaración final de su sentido preludio: “Mi convicción de cristiano es que nunca nos ha abandonado y que un día nos habremos de reunir nuevamente en el amoroso y cálido seno del Padre”.

LA TUMBA VACÍA Y OTROS POEMAS
Como hecho curioso, este pasado viernes recibí una amplia antología de Jorge Dávila Vázquez,  El temblor de la Palabra  (Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2009, pp. 370), con selección realizada por Santiago Vizcaíno. Me lo trajo hasta Salamanca, debidamente dedicada, el excelente poeta Bruno Sáenz Andrade, de quien ya di cuenta de su poesía dedicada a lo Divino.

Grato presente de Jorge, quien estos días debe estar volando a París, al Salón del Libro, en representación de los escritores de Ecuador, junto con mi buen amigo Javier Vázconez, narrador de prestigio.

Ahora les dejo con cuatro textos de Jorge Dávila, un poeta cuyo pensamiento cristiano late en sus versos, pues siente la llama que alimenta y trasciende. Él va desde la bíblica zarza hasta las sorprendentes revelaciones de Juan de Patmos; él viene si alardes de bonanzas, mostrando lo que aquilata en su alma.

Mi abrazo y mi gratitud por su valentía de no esconder su entrega a Jesús.

CORONA
 No de metal precioso
 ni con gemas o
 símbolos.

 Tejida apenas
 de punzantes zarzas
 entre risas
 gritos
 y pinchazos

 “He aquí una corona
 para el rey”, deben
 haber dicho
 los soldados
 medio ebrios.

 Y la hundieron
 en tus sienes
 buscando
 la palabra
 de protesta
 la queja,
 golpeándola
 a que penetraran
 las espinas.

 ¿Y qué dijiste Tú?
 Nada.
 Lacerado,
 los finos hilos
 de sangre
 bajando por tu rostro,
 seguías en silencio.
 Es el principio
 debes haber pensado
 en el momento en que 
 te ciñeron un manto
 y pusieron una caña
 en tus manos como cetro.

 La befa comenzaba.

STABAT
Junto a la cruz de Jesús
estaba su madre...

 Y junto al lecho
 del pequeño
 que suda
 se estremece
 se queja.

 Siempre
 junto a la cruz del hijo
 cuando él muere
 de una pena indecible 
 de un dolor de la vida
 de unas flagelaciones
 del destino
 y una corona
 de espinas y de sueños
 inútiles.

 Siempre, allí,
 a tu lado, su lado, nuestro lado,
 pues todos somos Cristo.
 Lacrimosa, sí,
 pero firme, hasta el fin:
 el grito desgarrado,
 las tinieblas,
 el tercer día,
 la resurrección.

 LA TUMBA VACÍA
 Si Cristo no ha resucitado
 nuestra fe no tiene valor
 ni sentido,
 grita encendido Pablo.

 Nos aferramos a su palabra
 definitiva
 ardiente
 faro y antorcha
 en la sombra de los tiempos,
 la incertidumbre
 el miedo...

 Vamos hacia el encuentro
 del hombre-Dios que volvió
 de la muerte
 tan cambiado
 que los suyos
 no lo reconocieron:
 los de Emaús, María, Pedro...

 Vamos hacia Él,
 el Señor de la vida
 no el hombre de la muerte.

 Su sepulcro
 vacío
 es nuestro signo,
 nuestra fe inconmovible
 nuestra esperanza
 de resucitar
 también
 con Él un día.

PENTECOSTÉS
 Tu fuego, Espíritu Santo
 penetró de tal manera
 el barro y la madera
 de que estaban hechas
 esas buenas gentes
 que amaban, seguían,
 y, a veces, aun negaban
 al Rabí,
 que su incendio no ha podido
 apagarse en veinte siglos. 
Tomado de ALETHEIA, revista Evangélica de Teología

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