Sergio Román- ‘"Club 7 poética y erótica"

Ponencia para el Encuentro de Talleres Gustavo Garzón

Sergio Román Armendáriz
Integrante del Club 7 de Poesía,
(Guayaquil, 1951-1962)
www.sergioroman.com


Tema I,
Paisaje personal
(1er. miembro de la hipótesis)


Amistades apresuradas confunden poesía erótica con cualquier manifestación del comportamiento sexual humano, que es tan curioso y variado en la cama, por lo cual, sólo las sábanas pueden hablar con algún grado de precisión.

De allí que, en el primer verso del primer poema de mi ‘Arte de amar’, escribí: ‘La sábana se enciende para la batalla…’1

Pero, en este mundo mercantilista que padecemos, la única reproducción que tiene valor es la financiera, la monetaria, (no la genética, menos la lírica), aunque el sistema explote en bárbaras crisis como la que hoy azota al capitalismo.

Escribir versos no es rentable y quien lo hace, es un ser peligroso que atenta contra el sistema, no tanto por razones políticas sino porque, para la burguesía, el poeta es un excéntrico o sea alguien que no coloca el dinero en el eje de sus preocupaciones. Ergo, es un parásito, un extraño a quien se intenta descalificarlo, de inmediato, con el apelativo de homosexual o de lesbiana, conceptos que hoy, por fortuna, muestran signos de renovación semántica y aceptación social.

El ‘Club 7’ no ha sido una excepción porque hay personas, incluso especialistas, que merodean las composiciones del grupo con la esperanza de encontrar alguna prueba de la supuesta o real homosexualidad o bisexualidad de sus integrantes. Qué les importa, sobre todo si se considera que en esa morbosa ceremonia se pierde de vista lo principal, el poema, criatura autónoma con su estructura y su magia, pues los curiosos se quedan hipnotizados con su propio dedo índice que señala hacia una luna lejana que ellos o ellas no ven.

‘Practicismo’ de Ileana y ‘Distinto’ de David, ejemplifican esta apreciación. Veamos un extracto:

‘El practicismo (…) sugiere que me case / con un buen comerciante / porque así dejaré de … dar recitales … / (… y de comer) frijoles secos / (…) pero Ileana, la tonta, la lírica, la loca, / se casará / -si se casa- / con un poeta pobre.2

Veamos, ahora, un extracto de ‘Distinto’:

‘(…) Mis hermanos / mis diferentes semejantes que amo. (…)3

En 1954 publiqué ‘Del poeta y su llanto por la muerte de la infancia’, una autoelegía que empezaba diciendo: ‘¡Ay, Sergio Román! ¡Ay, breve amado mío! / ¡Ay, leve niño puro! Sin intuir / De súbito, te arrancaste la venda para mirarte ciego. / (…)’4

Alguien en la imprenta sintió que el título era muy largo y, sin consultarme, me hizo el dudoso favor de suprimir la frase explicativa: ‘… por la muerte de la infancia’ lo que creó cierta ambigüedad propicia al chisme pues yo, al añorar los años de mi niñez, como autor en ciernes, quise experimentar alejándome del acontecimiento para tratarme, a mí mismo, con mi nombre y apellido, pero como si fuese otra persona. En resumen, se trataba de una cuestión de enfoque literario y no de una declaración de homosexualidad.

Con los antecedentes expuestos, en este trabajo bosquejaré la hipótesis de que las costumbres sexuales no nos convierten necesariamente en poetas, aunque los burgueses utilicen ese latiguillo, porque la erótica es más expresiva que el hecho, a veces rutinario o circunstancial, de acostarnos en compañía o en soledad.

Tampoco las costumbres sexuales ‘explican’ el poema. Con razón dice Eduardo Carranza5: ‘… te saltabas las explicaciones como los sueños y los versos’ . El poema no es una ecuación explicable. Su valor reside en la creación de una realidad extraordinaria que se construye con las limitaciones ordinarias del idioma. ¡Éste es su valor radical: la alquimia que trasmuta lo ordinario (el idioma) en lo extraordinario (el poema).

Resumo, por afán didáctico, la dualidad de mi hipótesis, subrayando, en primer lugar, en este capítulo, lo que acabo de expresar, o sea, la autonomía del poema frente a las costumbres sexuales (reales o morbosamente distorsionadas) de quien lo concibió. Y subrayando, en segundo lugar, en el capítulo siguiente, la simbiosis entre Eros, el semen, y Tánatos, la ceniza, que son ‘el polvo en que tarde o temprano, nos convertiremos’6, proverbio bíblico, del cual, oblicuamente nuestro pueblo, en su registro coloquial ha incorporado una acepción con matices sexuados, de la voz: ‘¡polvo!’.



Tema II
Eros y Tánatos,
el amor y la muerte
(2do. miembro de la hipótesis)


Entre el semen de Eros y la ceniza de Tánatos transcurre nuestra existencia.

Eros representa la atracción sexual y la ensoñación o la adicción y el deseo por otra persona o por sus máscaras o fetiches, proceso glandular y misterioso al que nombramos: ¡amor!, el más hermoso vocablo castellano.

Tánatos representa la extinción.

Nunca pensamos que los amantes y los moribundos comparten identidad porque siempre anhelamos sus respectivas autonomías, pero David Ledesma sí lo supo pues esa dicotomía aparente constituye la sustancia del segundo canto de su ‘Cuaderno de Orfeo’, quien, en el mito griego, no puede mirar a Eurídice, sin morir. Y viceversa.7

Por eso, al orgasmo, el clímax de la cópula, también lo llaman ‘la muerte pequeña’.

Por disciplina del discurso y por cariño, debo recordarme junto a mis cómplices: David Ledesma (1934-1961), Gastón Hidalgo Ortega (1929-1973), Carlos Benavides Vega (1931-1999), Ileana Espinel Cedeño (1933-2001) y este Sergio Román Armendáriz (1934, aún sin fecha de caducidad), quienes integramos el ‘Club 7’ de 1951 a 1962, en ese Guayaquil donde ‘paseamos por el amor y por la muerte’, sin ignorar su influencia pero sin filosofar acerca de Eros y Tánatos, afinando por intuición más que por reflexión, el hecho alquímico de transformar cada experiencia vital y mortal, en versos.

A esta constante metamorfosis de Eros en Tánatos, y viceversa, contribuyen ‘Identidad’ de David Ledesma, ‘El espejo en el bosque’ de Gastón Hidalgo y ‘Frenesí’ de Ileana Espinel.

Dice David en la mencionada ‘Identidad’, de su ‘Cuaderno de Orfeo’: ‘Vivo en ciega Poesía / desterrado, / ausente de mí mismo / a una distancia / que puede ser de amor / -llaga insondable- / o absorta muerte diaria / repetida.’8

Aquí conviene enfatizar que se habla de destierro, ausencia y distancia sugiriendo un desvanecimiento y, a la vez, ese reconocimiento o anagnórisis, entre el amor equivalente a la muerte.

Subrayo, de David, su aproximación sugerente a la lírica erótica.

Ahora, de Gastón y su mencionado ‘El espejo en el bosque’, rapto la figuración siguiente:
‘Azul, en duermevela, lento y claro / el espejo se ubica en pleno bosque… / Se expanden, en bandadas, sus reflejos / que bañan la cintura de una virgen (…) / Con llanto de panteras malferidas, / escapan del espejo, tenebrosos, / los besos de la luz agonizante / al límite impreciso del perfume… / (…) Y el espejo y su cielo alucinado / esconde en laberintos de diorita / los rostros fugitivos de los dioses…’9

Una de las más bellas estancias del Club 7, ésta de Gastón Hidalgo Ortega, sugiere una doble realidad evanescente en el bosque -vivo en el espejo, pero moribundo en la realidad convencional-. Por esto, creo que el autor, a propósito, acuñó el arcaísmo: ‘malferidas’, por ser un adjetivo atinente a ‘panteras’, imagen sensual epónima mientras reflejos, besos y perfume ‘bañan la cintura de una virgen’.

Subrayo, de Gastón, su aproximación implícita a la lírica erótica.

En contraste, estalla el ‘Frenesí’ de Ileana, quien escribió en la línea que abre su primera estrofa:

’Solo un viejo tabique de mi amor te separa. / (…)’

Y en los versos 5, 7 y 8 de la segunda estrofa, proclama sin ambigüedades:

‘A través del tabique oigo un leve suspiro. / (…) ¡Deliro / de amor!’

Y continuando el fluir de la pasión física, en la tercera y última estrofa, escuchamos:

‘¡Ven a mí! … / De tu alcoba a la mía / sólo un paso, mi dios. / Y esta noche de luna y poesía / será de los dos.’10

Además, la autora, en su ‘Te quiero…’, distribuye su declamación explícita en dos estrofas, la una de doce versos y la otra, de siete, con un juego retórico de antítesis a manera de tenaza que se abre, en el verso primero con: ‘Te quiero porque tienes todo lo que no tengo (…)’, mientras se cierra en el verso último con: ‘(…) te quiero porque tengo todo lo que no tienes’.11

Subrayo, de Ileana, su aproximación directa a la lírica erótica.

Así, en tres vías predominantes, distribuyo los ejemplos anteriores:

A.- la técnica de la erótica sugerente, en ‘Identidad’ de David Ledesma.

B.- la técnica de la erótica implícita en ‘El espejo en el bosque’ de Gastón Hidalgo. Y,

C.- la técnica de la erótica directa en ‘Frenesí’ de Ileana Espinel.

Aún no he hablado (pero hablaré de inmediato) de Carlos Benavides Vega12, pastor de una lírica en voz baja quien sin ningún alarde construyó su obra que mereció una alta calificación girada por la escritora María Piedad Castillo de Leví13, quien, de él, expresó: ‘A mí parecer, Benavides Vega es el mejor del grupo.’

De Carlos diré que, aunque parco en sus expresiones eróticas conforme se desprende de la revisión de lo único que de él nos queda: los siete poemas de su firma que integran su sección de nuestro primer libro plural, ‘Club 7’ de 1954 14, sin embargo, del primero de ellos, de su ‘Inventario’, repetiré los versos 12, 13 y 14, que rezan: ‘(…) Y quise del amor su fruto de agua, / sus arcos más prohibidos, y su flor desteñida de ceniza.’15

Otra vez, la técnica de la erótica sugerente sincronizando el amor que, según Benavides Vega, palpita en su ‘fruto de agua’ y la muerte transformada en una ‘flor desteñida de ceniza’, clara simbiosis en nuestra literatura clubsiética 16, entre el fruto de Eros y la ceniza de Tánatos, parábola que cumple uno de los dos elementos de mi hipótesis.

Por afán didáctico, insisto en subrayar la dualidad de dicha hipótesis:

Uno.- La simbiosis y traslación entre Eros y Tánatos, el amor y la muerte.

Dos.- La autonomía del poema frente a las costumbres sexuales (reales o morbosamente distorsionadas) de quien lo concibió.


Tema III
Epílogo,
declaración necesaria
(Intento de contrastar la hipótesis)


Medio siglo después y algo más, en este 2011, el azar continúa dándome la calidad de sobreviviente del grupo, de tal manera que estas reflexiones son personales y tardías. De ninguna manera quiero cometer la arbitrariedad y la descortesía de atribuírselas al conjunto, como si hubiesen sido un asunto tratado en nuestras pláticas guayaquileñas en la mitad del siglo veinte.

Es frecuente, en un salto dialéctico, repetir la hipérbole de Vladimir Mayakovski17: ‘Conmigo se ha vuelto loca la anatomía, soy todo corazón’, expresión encantadora pero imprecisa porque al amor le corresponde -el cerebro-, y no, otro órgano. ¡Cuestión de hormonas y de algunos insectos químicos!

De allí que los estudios sobre la evolución sostengan que nuestro desarrollo bio-psicológico ha ido recogiendo las huellas de los distintos estadios de la manifestación progresiva de las especies.18

La erótica (sea sugerente, sea implícita, sea directa) constituye una invitación a la investigación pues algo o mucho tiene que ver con la ‘Teoría del cerebro trino (o de los tres cerebros)’ que Carl Sagan popularizó en ‘Los dragones del edén’.19

De estas consideraciones se desprende la partitura de los tonos, los cuales predominantemente corresponderían a cada uno de los tres cerebros, si los resultados de la investigación fuesen plausibles. De todas maneras, esta teoría evolutiva constituye una golosa aproximación a la praxis de la escritura, empezando por los tonos.

1ro.- El tono eruptivo correspondería a la pasión, al cerebro reptiliano.

2do.- El tono flexible correspondería a la emoción, al cerebro límbico.

3ro.- El tono grave correspondería a la razón, al neo-córtex o nueva corteza cerebral.

Mediante una exploración, aún en ciernes, es factible enriquecer la lecto-escritura analítica y sintética del verso, por medio de una revaloración del enfoque y de los tonos.20

En este momento, acabo de señalar la opción creativa y crítica de los ‘tonos’, así como al cerrar la primera parte de este trabajo, señalé la opción del ‘enfoque’ cuando me referí al ‘Practicismo’ de Ileana y a mi ‘Del poeta y su llanto’ porque, en ambas construcciones, quien escribe, lo hace desde el entramado del poema, y no desde su exterior.21

Añadiré al tono y al enfoque, la codificación de los giros retóricos y de sintaxis, en especial, los de comparación, los de supresión y los encabalgamientos, a manera de instrumentos de una específica lecto-escritura del poema.

Ha sido indispensable trazar estos breves párrafos de preceptiva básica, para apoyar las referencias que sobre los miembros del ‘Club 7’ estampó el crítico Hernán Rodríguez Castelo (en su ‘Lírica Ecuatoriana Contemporánea’).22

De Gastón, dijo que ‘Trabajó espléndidas metáforas, sensorialmente ricas, semánticamente penetrantes;(…)’23

Casi con arbitrariedad, me atrevo a pensar en los versos del 9 al 12 de ‘El espejo en el bosque. Leo: ‘(…) Con llanto de panteras malferidas / escapan del espejo, tenebrosos / los besos de la luz agonizante / al límite impreciso del perfume…’.24

De Ileana, en su ‘Acaso’ que Hernán Rodríguez espiga en la ‘Antología’ mencionada, versos 7 y 8, oímos:

‘(…) Estoy tratando de explicarte ahora / que por tu vida conocí la muerte. (…)’.25

Según el crítico Rodríguez Castelo, Ileana ‘(…) vuelve a recalar (…) en el tema de la salvación y de los balances –elípticos, intensos, desolados- (…)’.26

Esta erótica de la vida que es muerte y viceversa, David Ledesma la consagró en su ‘Teoría de la llama’ que, a plenitud, ilustra con sus versos 13 y 14, y del 19 al 24:

‘(…) He muerto en mí para resucitarme. / Un nuevo ser me viste. / (…) / Me transfiguro / en una entera llama de Poesía / que arde, / crepita / y ruge / desde adentro. /(…)’27

Por eso, Rodríguez Castelo apunta: ‘(…) La imagen se maneja con transparencia (…). Y los ritmos no turban ese silencio (…) en que el poeta oficia (…)’.28

Don Hernán, en su Antología, se refiere a dos de mis poemarios: ‘Cuaderno de canciones’ y ‘Arte de amar’, diciendo de este segundo título que ‘(…) lo mejor de lo hecho hasta entonces era poesía erótica. Pero en ‘Arte de Amar’ –la parte de Román en ‘Triángulo’-29 el erotismo, salvo tenue velo metafórico, fue directo y férvido. Trece estrofas de siete versos libres, de sostenido aliento lírico. (También dijo que) ‘Cuaderno de canciones’30 fue otra prueba: ‘(…) -tantas estrofas como letras tiene el alfabeto-.’31

La letra ‘Z’ cierra el ‘Cuaderno’, así:

‘A bordo del anhelo encenderé la siembra / que curvará la línea dorada de tu vientre / hasta que un día nuevo nueve uvas más tarde / estremecidos vientos revienten las amarras / que un milagro sacude en tus muelles azules / y el hijo nos sorprenda como final de un viaje / o como árbol crecido en la luz de la sombra.’32

Desde ‘La sábana se enciende para la batalla’, en el verso inicial de ‘Arte de amar’ que se mencionó en el comienzo de esta plática, hasta este final del ‘Cuaderno de canciones’ donde surge el ‘hijo (que) nos sorprende como final de un viaje’, se ilumina el rumbo que conduce de Eros a Tánatos y viceversa porque integran igual proceso, pero, de alguna manera, antes de la muerte, el hijo representa, aunque sea en forma momentánea, el amor, el triunfo efímero de la vida.

Concluyo intentando contrastar los dos miembros de la hipótesis: Eros es Tánatos, y viceversa. Pero el poema es una criatura independiente de los hábitos sexuales de quien lo produjo. Sobre esta base les invito a releer tomando en cuenta su contexto: ‘Club 7, poética y erótica’ y la obra de Carlos, David, Ileana, Gastón y Sergio.

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