DE LAS TANTAS VIDAS DE ANTONIO VIDAS COMO NAUFRAGO EN UNA ISLA DE PALABRAS



Por Diego Velasco Andrade

Ecuador, país de grandes poetas y sin embargo tan poco conocidos, tan poco valorados, tan “sin nombre” en los días de la semana literaria americana y, -a pesar de ello-, tan imprescindibles para configurar una singular geografía tropical, telúrica, amazónica y volcánica como la ecuatorial.
En este pequeño espacio del Ecuador Ibero, Catalán y Balear, donde hoy habitan cientos de obreros, albañiles, peinadoras, niñeras, doctores, abogados, arquitectos, taxistas, artistas, motoristas y un largo etcétera de “migrantes”, habitan también poetas provenientes de un Ecuador Continental que configuran aquel que nosotros llamamos: el Ecuador Ultramarino, tan bullente y vital como aquel que se construye día a día, en Estados Unidos, España, Italia, Bélgica y en otros lugares del planeta global, o mejor: glocal.

Mas, del mismo modo que las olas, que aparentemente separadas unas de otras, son también el mar…, la misión y visión de escribir en un Ecuador Ultramarino como lo hace el poeta que ahora presentamos: el manabita Antonio Vidas, es en todo sentido, tremendamente nostálgica y poética: es utópica y ucrónica “sin lugar” y “sin tiempo”; posee el don de la ubicuidad, pues es similar a la utopía que persiguen los escritores que residimos en el Ecuador continental, hurgar un hueco en lo cotidiano para crear y recrear una literatura carente de lugar definido, de propósito material y comercial aparentes, y que no constituyen el territorio donde naufraguen o queden a flote palabras carentes de alguna “identidad”.

De su vida poética dice Antonio Vidas:

“Mi biografía hace aguas Mi biografía se vuelve lejana lector.
Yo, que en ataúd del poema, me alcé a todo vapor
por encima de cráneos y rayos hacia las playas del éter,
cuando la noche anclaba las sienes del bardo”

Mas, debemos hablar de la vida que pretendemos real, no en la vida irreal del poeta, quien encarna el 25 de abril de 1974 en Portoviejo, Manabí, Ecuador, con la misión de devenir:

“hombre lácteo (…) para ser hueso y lágrima semejante a los muertos”

El dibujo fue su primera inclinación artística, confiesa con nostalgia el aprendiz de paisajes “persistentes en la memoria”, al estilo Dalí:

“Yo, que soñé elevados naufragios lácteos de coral,
islas flotantes con chalecos-salvavidas profundos de muerte”

Luego, se decantaría por la poética y la fábula, oyendo a los afroecuatorianos Chigualos; las leyendas mágico-tropicales de los abuelos y los relatos guerreros de las montoneras alfaristas que seguramente le indujeron a asumir la misión de “pájaro libre”, como dijera alguna vez el gran Rafael Larrea Insuasti, acerca del oficio del poeta verdadero; por eso sus pies fueron más bien balsas equinocciales tiradas al oleaje:

“Oh, mis zapatos, - barquitos de a pie-,
en oleaje de zaguanes aéreos”…

Y confiesa que su principal inspiración surgió con los versos de “su pana” Michael Solar, con quien luego compartiría aulas en el colegio Olmedo (1991-1992) de su ciudad natal. Días fulgurantes como un sol planeando en el lejano y pacífico mar adolescente:

“Tarde cincelada en la infartada calma
en que Dios fuma los días con témpanos de fuego,
yo, enamorado del tiempo púrpura de las flores,
ondinas de pupitre de ternura azul homicida,
muchachas torrenciales de arpa carnívora y jilguera
que oídas de párpado, son un deshielo de lágrimas,
dulces como las mieles trastornadas del sol de octubre”

Ahora Vidas, reside, -según nuestros recientes “informes de inteligencia”-, en Palma de Mallorca desde hace 8 años, aunque por ahora parece a salvo, de aquellos días de indecisa migración:

“Cuando el otoño se reveló, el tiempo lloró violines
desde el mármol alcohólico y tuerto de obesas playas”

Antonio Vidas no ha ganado concursos, ni premios literarios, ya que según su propio albedrío: “su actitud se basó en la libertad de la creación, en el amor por la bohemia”, que fue la actitud de “poeta maldito” que finalmente encontraría una vía de expresión en la poesía. Sin embargo y como muestra de que sí estudió alguna materia que se precie de valiosa para el “practicismo práctico” del que alguna vez nos hablara la guayaquileña Ileana Espinel, confirmando así su vocación de profesor frustrado, cursando estudios en la Universidad Técnica de Manabí, UTM, en las materias de Literatura y Castellano.

Desde entonces es un ácrata trashumante, el compositor de versos a musas en primaveras o inviernos, un eterno enamorado del amor y de la grafología de las olas sobre las nubes o sobre las arenas incontables de la playa:

“La primavera dio a luz la muchacha que yo amaba.
Y desde la nevada ardiente de cartas de enamorados,
donde la componía de la caligrafía esbelta de hojas
para que vientos grafológicos lean mi dolor electrónico,
alquimia de amor de un mordisco mudo de palabras,
mi lengua se extravió en las parcelas de su aliento
cabalgado en praderas óseas con válvulas de oxígeno,
y alcobas de inmortalidad con extintores de llama
para encender en su boca carámbanos de besos”

(ODA A LA MUSA PERFECTA)

Entre los poetas a quienes admira, nombra en primer lugar a los coterráneos: el legendario Hugo Mayo, el combativo Horacio Hidrovo, el alto como una palmera Jacinto Santos Verduga, alias Chintolo, -nativo de las entrantes aguas de Bahía de Caráquez-, o el también suicida pero guayaquileño David Ledesma Vásquez y, como muchos otros ecuatorianos en su niñez y adolescencia se inicio leyendo a los legendarios y proto-góticos “Poetas Decapitados”, amén del maestro y fakir cañari César Dávila Andrade, de quien parece haber emulado la búsqueda de identidades, el coraje suicida y místico, pero sobretodo el amor y la ternura por todos los seres físicos y también por qué no, metafísicos:

“Para verte, mis ojos de niño retrocedieron
encuadernados loma abajo de las enciclopedias”

“Para verte, apagué mis ojos y alumbró mi ceguera,
loma arriba la sancha panza del mundo,
lleno del trigo de lágrimas y de estorninos
y harinadas noches con levadura de niebla;
tus aspas de ala de tijera se batieron en vuelo
partiendo en dos el pan rupestre del aire,
la estrella de pelos revueltos y desmelenada llama,
y las nubes-hipopótamo de hidraúlico ojo
con viudo rocío de vinagre y sombra”

(ELOGIO AL MOLINO)

Del poeta Antonio Vidas, el Ecuador ha visto la luz su primer poemario: "El arpa del ceibo en llamas", Marfuz Ediciones, Manta; 2010; poemario del que podamos dar fe que existe, que no es un libro imaginario y que es mucho más que una simple bibliografía anexa, que aún siendo un libro primerizo, ya instrumenta con sus versos de ceibo, fulgurantes notas de fuego...

En este libro que prologamos en cambio, el lenguaje es el actor principal recorriendo las cuatro estaciones del cronos del poeta, el lenguaje en movimiento, del lenguaje caminante, de aquel que “lenguajea” a veces en tonos retóricos, a veces en imágenes absurdas y pata físicas y a veces en un cínico humor negro, escuchemos por ejemplo:

CARTA BAJO EL OLIVO

“Por los otros árboles que un día no estarán
y habrán reencarnado en una silla o una mesa,
mulas domésticas para que vuele el lomo de los años;
y por la constelación de esmeraldas que darás al payés,
acuérdate sí, un día, de éste que amó en antaño,
porque tú serás mi voz, la hojita de amor que brama de esperanza
y que ya no puede destronar la tormenta”

O también apreciemos la construcción surrealista de imágenes, en este otro de
título: ELEGIA DEL POZO :

“Por ti los desiertos caminaron leguas de lava por llenar cantimploras,
la cruz de los días se agachó a pescar un sorbo de sol en tu entraña,
en tu líquida voz chapoteaban las I(es) empedradas de las estalactitas,
cascadas óseas de rubí flotaban como lágrimas amantes de un amor fósil,
fotocopias de los valles y huesos calcinados de astros”

Lenguaje a plena luz y a veces en sombras, lenguaje en permanente tensión y pulsión, lenguaje en hiperactividad constante, lenguaje de mar y de olas en continuos devaneos de tocata y fuga; lenguaje de lejanías y de nostalgias en búsqueda de identidad o mejor de “identidades” en permanente construcción y reconstrucción; lenguaje entonces que concebimos como un lenguaje ecuatorial ultramarino, tierno y violento a la vez como en aquella MISIVA Y LUZ DE LAS SOMBRAS QUE EMIGRARON:

(A mi madre)

“Y ya será de noche en tu hijo ausente,
cuando el diluvio que está lavado y seco en tus ojos
rompa a llorar un solo remiendo en los cordeles,
y que en tu cabeza habrás de sentir como yo ,
caer con júbilo la cana radiante del tiempo,
tan pesada y gris aplastándonos el alma.

Porque hoy llueve y has de ver el calendario
para preguntar a Dios por qué concebiste algo lejano.
Entonces contaré que sueño: en una isla de olivos navegantes.
¿Acaso tan cerca que sientas mi pulso dentro de tu útero,
muchacha de julio llevando una tumba de nueve meses ,
gestando en tu vientre la mitad del mundo y su Ecuador ,
se haya roto para siempre el cordón equinoccial del país?.

Porque hoy llueve, dolor ortográfico y tildadas lágrimas,
amor equinoccial con que tú me regañabas,
“ya no leas ,ya no escribas que has de volverte un quijote
en menos de un verano”…

***


Del afán de trascendencia o intrascendencia de esta poesía ni qué hablar, ahí está la poética vital para hablar del juego de palabras y de la bicicleta lúdica del poeta “cicleando” cada vez con mayor seguridad en los paisajes del lenguaje, como hubiese querido el gran vanguardista manabita Hugo Mayo, con su imaginario antihéroe Nino Amanolik, esfumándose en sus frugales “zaguanes de aluminio”:

“Bicicletas del verano, caballitos de mar del asfalto,
galopando vienen espoleadas por las lomas intermitentes de aire;
ya no ven más que el paquidermo hinchable de la nube.
Caderas de éter montan y es veloz la cumbre polar de la sangre,
como un muro que aprendió a caminar sobre las aguas”

Una jauría de ruedas relincha en la montura de la cumbre
sudando el sonido óseo, la ausencia en que me visito.
Tres siglos después vuelvo, niño ataúd saltarín.
Yo, que ya siento la sancadilla de la muerte
y la perrera de los timbres silenciar ante mi puerta.

Ah, mis caballitos de cobre, rodad, rodad sin pereza.
Veré las cabelleras de las chicas levantar velas
dando campanadas fúnebres de amor
sobre las lomas rengas del aire”

(BICICLETAS DEL VERANO)

Finalmente, y como él mismo poeta deletrea en TAREA FINAL, se nos ocurre vislumbrarlo, a kilómetros de distancia, bajo la sombra refrescante de una palmera mallorquina o danzando en el verano balear; lanzando balsas de papel en pleamar como sus milenarios ancestros: los navegantes ecuatoriales, y podríamos adivinar también, sin habernos todavía tomado con él un vino de enhorabuenas, que ahora mismo el poeta:

“Está sentado en su mesita de noche,
poeta espinado desclavándose del tiempo.
En hora fetal, su herida toma la medida global de la muerte
y cose una tumba angosta junto a un peñón de nubes”


Quitu, Ekwador multicultural
5 de junio de 2011
(Aniversario de la revolución de Alfaro)

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