Agustín Guambo - Yellow dog blues



La ciudad es narcolepsia pura

Si los perros hablaran escribirían con Prevert (Le chien a la mandoline) o ladrarían versos antipoéticos a lo Euler Granda (Un perro tocando la lira) o dormitarían bajo la luna de Kitu, como aquel mamífero narcoléptico de Alfredo Pérez Bermúdez (Perro Ebrio).

Si los perros de Kitu escogieran un “pueta” que los retratara musicales, ácratas y amarillos, en este final de la primera década del siglo XXI, escogerían los blues a la luna de este joven poeta quitense Agustín Guambo: quien constituye una fiel sombra proyectada en el aire y no en las piedras, como la lógica racionalista quisiera.

A medio camino entre la poesía y la narrativa, entre el canto minimalista y el rezo anarkista; entre la oración a la muerte y el puñete molotov para detonar más vida, estos versos se disparan como flechas, tzantzas o dardos envenenados sobre el hormigón callejero de las Tierras del Medio, pero se esparcen hasta el lago matriz del Titi Kaka en el altiplano de Bolivia, arriban a la insólita Buenos Aires o tuercen el pico de aquella grisácea Lima: ciudad hipodérmica, para este poeta caminante que un día las recorriera.

“La ciudad es narcolepsia pura” dice el perro poeta y callejero Agustín Guambo, en aquello nos recuerda a la visión vagabunda de los Bruno Pino, Héctor Cisneros o Pedro Moreno, poetas callejeros atropellados por una ciudad alucinada, que lo mismo los incitaba a interpretar blues que a desatar los nudos de sus cordeles para amarla cantándola.

La muerte entonces se vuelve fecunda y no fatal para el poeta urbano vital:

“Hoy sabemos q Venus es un planeta distante. Un rostro de pelambre como mongolito fashion. Hermana en la comitiva radiante del sol. Pero Venus está envuelta por una atmósfera densa de tiempo.

Hoy sabemos q... estoy solo”.

Invocando a los antepasados y a los posfuturos, sus versos solitarios, reclaman amor perruno, musical y seminal; ladrando a veces, lamiendo en otras a sus lectores, estos versos caninos deambulan por YELLOW DOG BLUES, hirsutos, mojados bajo la lluvia inclemente y también en busca de dueño, pero siempre iluminados por la Vía Láctea, que es la única carpa segura para el poeta que se precie de ácrata urbano, y callejero.

Diego Velasco AndradeKitu, Diciembre 2010

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