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Roberto Bolaño: inédito y final
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Esta entrevista permaneció guardada durante años en una grabadora y un archivo computacional, esperando su momento. El encuentro tuvo lugar en Santiago cinco años antes de la muerte del escritor. Roberto Bolaño todavía sorprende con distintas revelaciones y desliza juicios que a veces mantuvo y a veces rectificó. Nunca se terminará de conocer al autor de Los detectives salvajes.
por René Gajardo Godoy
Se iba a llamar En bajo relieve y era una revista literaria que proyectamos cuando estábamos en la universidad. Nunca salió, por los consabidos problemas de financiamiento, pero quedó esta entrevista. La gestionó Planeta en los días en que Roberto Bolaño vino a Chile como jurado del concurso de cuentos Paula y a presentar su novela La pista de hielo.
No recuerdo con exactitud el día del mes de noviembre de 1998, pero sí la hora: 11 en punto de la mañana. Un departamento en el edificio de Eliodoro Yáñez con Providencia. Abre la puerta Carolina, la mujer del escritor, y nos dice (con esa voz áspera, típica de los fumadores empedernidos) que nos sentemos, que Roberto ya viene. No bien aparece Bolaño y nos saluda, me llaman la atención tres cosas. La primera: Bolaño viste de riguroso negro y está descalzo. La segunda: Bolaño ya tiene encendido el primer cigarrillo de los ocho que se fumará durante la entrevista. Y la tercera: Bolaño me parece, si no más bajo, mucho más delgado de lo que aparenta en las fotografías. Se ve frágil y pienso en que quienes no lo han leído dificilmente reconocerían al escritor feroz tras su apariencia. Lo digo porque no bien se sentó frente mío y prendí la grabadora, se me vino a la cabeza la imagen de un pájaro. De un ave rapaz. De esos que, aparte de tener una visión privilegiada, pueden cazar presas incluso más grandes que ellos mismos.
¿Qué autores influyeron en su literatura?
Muchísimos. En realidad todo libro que uno lee influye en la literatura que posteriormente hace. A mí me ha influido desde Arquíloco, que es un poeta griego, arcaico, que releo siempre, hasta los clásicos del siglo de oro, a quienes leo bastante a menudo. Y contemporáneos: Melville, Flaubert, Stendhal. Este último me ha influido muchísimo, aunque no se nota, porque sigo siendo muy malo y Stendhal es muy bueno.
Descríbame un día normal.
Es facilísimo. Me levanto a las siete de la mañana con un frío de perros. Yo vivo en una casa y mi mujer en otra, como a 10 metros de la mía, en otro edificio, pero en la misma calle.
¿Viven separados?
Vivimos cada uno en nuestra casa y estamos mucho mejor así. Llevamos 17 años juntos, y lo recomiendo vivamente, porque mi mujer es básicamente mi amiga. Entonces hay un respeto por las libertades del otro absoluto. Bueno, me levanto a las siete de la mañana, mi casa es una especie de covacha espartana. Lo primero que hago es encender el ordenador, luego me dirijo a la cocina, pongo un agua a calentar, luego voy al baño. Después voy a la cocina y me hago una infusión de manzanilla, vuelvo al ordenador y me pongo a trabajar, en el acto, inmediatamente. Son como las 7.10 y de ahí trabajo hasta las 10 de la mañana, 10.30 a lo más, que es cuando voy al correo, veo mi apartado, veo si hay cartas, compro el periódico, vuelvo a casa e intento trabajar un poco más. A las 11.10 u 11.20 vuelvo a salir y me voy a buscar a mi hijo al colegio que sale a las 12. Siempre soy el primero en llegar, hay una plaza al lado del colegio y aprovecho para leer el periódico, algún libro. Mi hijo sale a las 12 y volvemos a casa, esta vez a la casa de mi mujer. Le hago la comida al niño, me hago la comida a mí mismo y estamos hasta las 3 de la tarde. Entonces lo vuelvo a dejar al colegio, al turno de tarde, y generalmente espero a mi mujer en la misma plaza del colegio. Mi mujer sale a las 3 de trabajar y nos volvemos juntos a casa. Todo esto teniendo en cuenta que vivo en un pueblo pequeño, Blanes, a una hora y cuarto de Barcelona. Es un pueblo costero, un balneario, pequeñito. Bueno, con mi mujer nos volvemos caminando, conversando, a veces nos metemos en un bar a comer un bocadillo o a tomar algo. Ella se va a su casa, yo me voy a la mía. Si estoy en pleno trabajo de escritura duermo una siesta y cuando me despierto sigo escribiendo. Mi hijo sale a las 5 de clases, lo va a buscar mi mujer, y a eso de las 6 voy a casa de mi mujer, estamos juntos, hacemos la cena, luego tal vez salimos, pero generalmente alquilamos un video. Nos cuesta mucho ir al cine, sólo vemos películas infantiles en el cine, pero películas de adultos pocas veces, porque con quién dejamos al niño. Volvemos a casa después de alquilar un video y dar una vuelta por Blanes. Hacemos la cena, vemos el video, el niño se duerme y el resto es pornografía. Mira, yo creo que un escritor con dos horas intensas, diarias, tiene de sobra.
¿Y cuánto es lo que más ha escrito?
Veinte páginas.
¿Y eso cuánto tiempo le tomó?
Ocho, o nueve horas, pero no es todos los días. Cuando más trabajo es cuando corrijo, y ahí sí que puedo estar muchísimas horas y es horrible. Para mí es muy agradable escribir, lo que no es nada agradable es corregir.
¿Muy autocrítico?
Lo soy bastante. Leer algo que has escrito tú, y leerlo por décima vez es horrible, cada vez te va pareciendo peor…
¿Elije usted los temas para sus relatos o estos se imponen inevitablemente?
No, los elijo yo. También eso es ambiguo, porque al principio los elijo yo, pero poco a poco se van imponiendo ellos de alguna manera. Digamos que el relato es una montaña y en esa montaña hay una casita pequeña, pero es una casita pequeña con un simple detalle. Y de repente la mirada se va acercando a la casita. Y te acercas poco a poco a esa casita porque hay algo en esa putañera casita que te empieza a atraer misteriosamente sin que previamente lo hayas planeado, y resulta que esa casita hiede a cadáver a la medida que más te acercas. Es como el cuadro de Cézanne La casa del ahorcado, no sé si lo conocéis, es una pintura en donde se ve una casa en la Provenza, y no se ve nada más, se ve una casa y unos árboles, y tú comienzas a ver ese cuadro y de repente hay una ventana vacía en donde tú dices "ahí se suicidó". En el cuadro no hay ninguna figura humana, pero el dolor humano, la soledad humana está absolutamente reflejada de una manera que provoca pavor.
Después de tantos años fuera de Chile, ¿cuál es el juicio que tiene usted del escenario cultural?
El juicio que tengo es que todo el mundo aquí escribe, porque me encontrado incluso a una Miss Chile que escribía cuentos. ¡Sí, fue increíble! Fui a un programa de televisión y primero salía una ex Miss Chile y me dijo "Ah, tú has sido jurado en un concurso de Revista Paula, yo iba a mandar un cuento, pero no lo pude acabar, pero lo acabaré el año que viene", y yo no sabía que era una ex Miss Chile y escribe, fue realmente increíble. Y luego me han contado lo de los talleres literarios en las cárceles. Aquí hay seis talleres literarios funcionando en seis cárceles distintas. Todos los presos escriben, y en el concurso Paula se presentaron más de mil cuentos. Me parece que es una especie de enfermedad única en el mundo la que tiene Chile. Tal vez si los sicoanalistas estuvieran al alcance de la mano, el 80% de las personas que escriben se psicoanalizarían.
En su relato "Joanna Silvestre", la protagonista dice que cuando un hombre tiene tiempo está atrapado y con él se puede hacer lo que uno quiera.
Sólo a ella se le ocurren esas cosas, que es sin duda una mujer muy hermosa y es uno de mis mitos sexuales y lo que diga ella yo lo reafirmo.
Uno de sus personajes en su novela La pista de hielo admite ser lento o a veces muy rápido en el trabajo, sin embargo nunca abandona ¿Es así usted?
Bueno, en mi caso no me ha quedado más remedio. Yo he tenido una vida muy azarosa, pero muy, muy azarosa y hubiera podido abandonar en muchísimas ocasiones, pero nunca he abandonado, porque abandonar también en mi caso hubiese sido suicidarme. Yo creo que uno hace cosas de forma natural, porque no hay más remedio que hacerlo y mi relación con la literatura es esa. Yo escribo literatura haga lo que haga y he hecho de todo, todos los trabajos del mundo.
Como guardia de camping.
Ese tal vez fue mi mejor trabajo. Yo siempre he pensado que mi vocación natural, digamos, era ser vigilante de camping, porque fui muy bueno. En el camping en que trabajaba nunca robaron, y realmente yo no vigilaba: me ponía a dormir. Era una telepatía, una fuerza… Al momento de ponerme a dormir tenía una chaqueta de cuero realmente maravillosa, de esas que sólo se hacen en New Jersey, de piloto de la II Guerra Mundial, pero corta, entonces el frío era tan grande que si me ponía la chaqueta me helaba arriba y abajo. Entonces inventé un sistema, el sistema de los indios australianos. Ellos se cortan la circulación de las extremidades y se dejan sólo la circulación del tronco y la cabeza. Y al cortar la circulación, lo único que te pasa es que se te duermen los brazos y las piernas, entonces no sientes frío porque la sangre corre en un circuito mucho más pequeño, y lo que yo hacía era cubrir mi cabeza con la chaqueta, que era corta pero potente, y al tener la cabeza en una grado de sofocación total, el resto del cuerpo más bien como que agradecía el frío. Por supuesto que amanecía en la mañana con los miembros dormidos, y antes de ponerme a dormir decía: "Nadie va a robar este camping" y era súper agradable, porque todo el mundo pensaba que yo era el vigilante ideal.
¿Se siente partícipe de esta llamada Nueva Narrativa Chilena?
La verdad es que no, pero tal vez por otro lado sí. Es decir, generacionalmente soy uno de los más viejos de la Nueva Narrativa Chilena, bueno más viejo es Sepúlveda.
Pero usted no es viejo…
¡Gracias! ¿Quieres tomarte algo? Bueno, sigamos, partícipe no me siento, pero generacionalmente digamos que hay una proximidad, estamos en una misma franja de edades y somos chilenos, hay dos puntos en común claros, pero partícipe de una cierta estética, de un cierto proyecto literario común, para nada. Me siento cercano a algunos latinoamericanos como Avilio Estévez que es cubano, al mexicano Juan Villoro. Villoro, para mí, es uno de los mejores novelistas de mi generación y un escritor desde todo punto de vista admirable. Me siento cercano de Enrique Vila-Matas, de Javier Marías. Me siento cerca de Rodrigo Rey Rosa, guatemalteco que es muy bueno también, y de Cesar Aira, el argentino, o de Alan Pauls y Juan Forn. En fin, hay una serie de escritores en lengua española de los que me siento muy próximo. Respecto de la Nueva Narrativa Chilena, creo que el adjetivo "nueva" no se corresponde, porque no hay ningún veinteañero.
¿Y Alejandra Costamagna?
Bueno, comencé a leer un libro de Alejandra Costamagna y me parece notable. Hay dos narradoras que yo destacaría en la "joven" narrativa chilena, que son Costamagna y Lina Meruane. Yo creo que las dos van por caminos disímiles, pero en las dos veo una potencia literaria fuerte.
¿Y de los autores mayores?
Bueno, no los he leído y no me interesa la verdad.
¿Y Fuguet?
Fuguet tiene cierta ternura que lo hace por momentos entrañable. Hay instantes en los que estoy leyendo a Fuguet y noto una especie de fragilidad en el autor, en lo que está escribiendo y sobre todo en la relación autor-escritura. Sí, en ese especie de flujo entre la escritura y el autor hay una fragilidad que a mí me resulta entrañable. Yo creo que Fuguet es un fantasma, pero puede ser una excelente persona. Hay algo en Fuguet, lo más probable es que si conociera a Fuguet me caería fatal, pero en mi experiencia de lectura me parece entrañable. Aquí me han hablado mucho de Fuguet, de sus historias y todo eso.
¿Y Carlos Franz ?
A Carlos Franz le leí En algún lugar del paraíso, no está nada mal esa novela. Manejamos estéticas bastante distintas, pero es una novela muy, pero muy bien construida y eso es mucho decir. Es la única novela chilena que he leído de principio a fin y, además, me interesa qué hará Carlos Franz después, porque es de alguna manera difícil lo que le espera a Franz, porque no puede seguir por esa misma línea de forma, porque es una forma agotada totalmente en la literatura mundial. El hace su ejercicio en esa novela y el ejercicio le queda bien, pero no puede repetir ese ejercicio, porque de lo contrario se hundirá.
Vargas Llosa dijo que "ciertas personas hacen de la literatura una especie de actividad decorativa o complementaria, en una vida que está dedicada a otros quehaceres, o hacen de la literatura un instrumento para obtener prestigio o poder". ¿Cuáles son las consecuencias cuando esto ocurre?
Las consecuencias cuando eso ocurre, que suele ocurrir muy a menudo, mucho más a menudo de lo que uno piensa, es la miseria de la literatura. Por eso la literatura es tan humorística y miserable al mismo tiempo, porque está llena de gilipo-llas, pero llena, llena, llena. Te encuentras gilipollas cada dos por tres. La literatura es como ir en la selva, que estás en plena jungla y sólo oyes gritos de monos, chillidos, y en la literatura es lo mismo, sólo que en vez de esos monos delirantes hay escritores.
¿Qué consejos darías a un aspirante a escritor?
Le daría el consejo que nos dábamos los jóvenes infrarrealistas en México. Cuando teníamos 20, 21 años, teníamos un grupo poético, y éramos jóvenes, mal educados y valientes. Nos decíamos: vivir mucho, leer mucho y follar mucho.
Tomado del diario La Tercera
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