McOndo y la novela negra




ALEJANDRO MOREANO
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El derrumbe del socialismo real y del tercermundismo, y la globalización, provocaron en los imaginarios de la humanidad un cambio de la magnitud del paso de la Grecia de Pericles a la Grecia alejandrina. Malos tiempos para la épica y la tragedia, diríamos en paráfrasis a Bertold Brecht.

Ese cambio se expresó en la literatura. En la nueva época tendió a predominar, según Mempo Giardinelli, una narrativa en tono menor, sin grandes ambiciones, al margen de la poética del boom y sus artificios técnicos y verbales, lindante con el realismo y la oralidad, de estructuras y voces sencillas, con personajes cuotidianos, minimalista, distante del tono mítico, trágico y apocalíptico, de períodos anteriores, en diálogo permanente con la cultura de masas –comic, melodrama, folletín, telenovela-, influida por los medios audiovisuales, con una marcada presencia de escritoras.

En 1996, una antología de escritores chilenos traía una suerte de Manifiesto que anunciaba que Macondo y el realismo mágico estaban muertos y en su lugar aparecía McOndo, donde la hamburguesa Macdonald suplía al vuelo de las brujas. Mientras algunos escritores, entre los cuales estaba Luis Sepúlveda, rechazaron ácidamente la propuesta, medios norteamericanos como The New York Times, Newsweek y The Guardian la exaltaban y anunciaban una nueva literatura latinoamericana, cuyos heraldos serían Alberto Fuguet, quien después se arrepintió, y Jaime Bayly. (¡Qué asco!) 1

El proyecto naufragó y a los 13 años de la antología no queda absolutamente nada. Sorprende, en cambio, que en los últimos años se haya producido un viraje de signo contrario, uno de cuyos ámbitos de expresión ha sido la llamada novela negra.

El “negro” es el “género” que ha experimentado el mayor desarrollo. Cada vez más los escritores se orientan en esa dirección, incluyendo algunos de los mejores como Roncagliolo, Cueto y el Bolaño de Los detectives salvajes. ¿Por qué? Hay una especie de tópico que ha hecho fortuna: Latinoamérica es novela negra a tiempo completo. Pero no se trata solo de los clásicos thriller con tramas de tensión y suspense. Cada vez se ha ido convirtiendo en la forma actual de la novela social y política. La figura del detective, decisiva en la novela negra, nos aclara el problema. En una atmósfera de corrupción generalizada, la figura de un ser descreído pero éticamente incorruptible (imprescindible para descubrir la verdad del crimen) es de difícil elaboración. Cierta novela negra latinoamericana lo ha descubierto: se trata de un antiguo militante desencantado. Luis Sepúlveda, que acaba de ganar el Premio Primavera con La sombra de lo que fuimos, vida legendaria (preso y condenado a muerte en Chile, logró escapar, deambuló por muchas partes, estuvo en Quito y en la Amazonía, en la revolución sandinista), ha encontrado la figura precisa: Juan Belmonte, ex guerrillero convertido en matón de un cabaret de Hamburgo: “la figura del perdedor que sabe perder es el aporte romántico de América Latina a la cultura universal”.

Paco Ignacio Taibo II, el gurú de la famosa “semana negra” de Gijón, a la que concurren cientos de escritores de todo el mundo, ha señalado que “la negra es la novela social del siglo XXI”.


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1) Expresión del que les envía el email al leer el nombre de esa cosa llamada Bayly.

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