Y yo que me di modos de aprender inglés para entenderle, cuando empecé a hacerlo, supe que a menudo me llamaba perra. No me importó, pensé que era su forma de quererme, aunque ni siquiera me permitía compartir su cama. Maldito negro, prefería dormir con su guitarra. Me tomaba solo bajo la ducha, entre la bruma del agua caliente. El mismo me desataba los zapatos, me quitaba las medias y el resto de la ropa. Ponía sus discos, con el volumen muy alto, música de otros negros, de película antigua. Entre el chorro de agua y la espuma del jabón conocí a Billie Holliday cantándome tragedias, a Nina Simone susurrando evangelios, a Miles Davis narcotizado en el jazz,con su trompeta cool, a Luis Armstrong, restregándome la piel y a veces el alma.
Ingenua yo, pensando que le amaba, desviviéndome por él, procurando entender sus estúpidos libros, sirviéndole whisky, preparándole café. Volviendo a casa mas allá de la media noche, con los cabellos mojados y humo de cigarrillo pegado en la ropa.
Una vez me fulminó con la mirada por la osadía de preguntar quien era Carlos Santana delante de sus amigos. Yo no sabía que era otro de sus nombres sagrados, igual que Django Reinhardt o Keith Richards, …le asqueaba mi ignorancia, dejé de preguntar. Después de todo, no le interesaba enseñarme nada, quizá, ni hablar conmigo. La verdad es que casi no me miraba, y menos cuando empezaba a tocar; nada existía, porque cerraba los ojos y se transportaba a no se donde. Yo por mi parte, lo escuchaba, sentía un nudo en el pecho, lo ojos se me llenaban, y también me perdía Volábamos a lugares distintos a la misma velocidad. Sucedía lo mismo cada tarde, desde que me invitó a entrar, cuando me descubrió asomada a su ventana extasiada en sus acordes.
Dejé de frecuentar a mis amigos, de ir al cine, de leer mis libros, por andar en su casa flotando como el éter, alimentándome de sus migajas melodiosas. Yo no existía para él sino en la ducha, y él no existía para mí sin su música. Eso lo descubrí ayer, cuando lo encontré solo en la calle, sin guitarra, sin whisky, sin musas. No era nadie. Un pobre diablo feo, canoso, arrugado. Inmediatamente supe que no volvería a su casa nunca más. El también lo supo, se vio a través de mis ojos, desnudo, insignificante. Pasé de largo, sin saludar, evitando la mirada, sin embargo alcancé a oír su voz ronca que suplicaba, don´t go baby,… please don´t go.
Samuel Riel
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